Todo fluctúa. Tras el perfecto comienzo de viaje, se dio paso a algo un poquito más comedido.
Las líneas de Nazca son algo increíble, no puedes evitar plantearte: quiénes, por qué, cómo se hicieron. Lo ideal hubiese sido que las líneas hubiesen tenido mayor contraste y no volar a tanta altura, así poder percibir las líneas de un poco más de cerca.
Nazca, pequeña ciudad en mitad de un desierto. Nazca,
pequeña ciudad bajo un sol infernal. Buscamos como ratas cobijarnos de Inti. Anduvimos
por los bazares oscuros, nos acercamos al río deseando encontrar algo de
frescor, nos tomamos esos deliciosos jugos tratando de hidratarnos y al final
matamos el tiempo en uno de los restaurantes más caros de la ciudad.
La plaza de armas rebosaba de vida una vez el sol empezó a
descender del cielo. Las vendedoras se paseaban con huevecillos de codorniz sal
pimentados, con las típicas golosinas fritas peruanas, con churros y con esas
enormes vainas verdes con semillas de textura como algodón y de sabor muy
dulzón llamadas Pacay.
Esos abuelitos sentados en un banco dejando pasar el tiempo,
disfrutando de su quietud, pensando quizás en momentos pasados y de vez en
cuando enfocando el presente. Presente en el que se encuentran juzgando o
sonriendo las actitudes de esos niños. Niños sonrientes o llorones, juguetones
o golosines, siempre supervisados de cerca por sus mamás. Esas dos horas
sentados en la plaza en actitud contemplativa fue lo que mereció la pena de
Nazca, sus líneas aunque increíbles no saciaron mis expectativas.
SUNKINDARKNESS