Domingo, 06/04/2014
A las 4h estábamos levantándonos como campeones para ir a
ver Machupicchu (2400m). La ascensión en mitad de la oscuridad con apenas unas
pocas luces que iluminaban el camino. De la completa oscuridad a la gradual ocaso.
Del intenso sonido de las cigarras, a los cantos de los pájaros… Tanto me
recordaba al día en que fui a ver el amanecer en Anghkor Bath.
Llegar a las ruinas, entrar de los primeros, ver el sol ir
iluminando poco a poco el Templo del Sol, recibirlo con los brazos abiertos y
abrazarlo. La complejidad de Machupicchu, inimaginable… mucho más que cualquier
expectativa.
Cada pequeña esquina despertaba el asombro y la percepción
de su belleza, daban ganas de abrazar a las hermanas piedras.
Los vigilantes vetando cualquier muestra de entusiasmo
llegaron a negativizar la experiencia de la visita. También la gradual
masificación del lugar.
La ascensión a Huaynapicchu (2700m) y su pequeña cuota de
entrada hicieron que nos alejáramos de la masa, además tras el arduo ascenso el
cansancio se llevo toda sombra de mal humor.
En una terraza verde, desde donde se veía el cóndor del
Machupicchu, hicimos un pequeña meditación sosteniendo unos cuarzos blancos que
llevaba cargando desde Slakantay. En algún lugar debe haber unas hojas de coca
para los Apus, los cuarzos y una piedra plana de granito cobijándolas. Lo
sellamos dando de beber a la Pachamama.
El tren de vuelta a la civilización me dejó extasiada por su
paisaje. Ese Wak’awillka (La Veronika, llanto sagrado ) tan inhóspita, con
nieve, con niebla, tan picuda,
escarpada, angosta…
SUNKINDARKNESS