sábado, 13 de diciembre de 2014

Esslingen

Domingo, 13/12/2014

Si el día de la marmota llegase, ése en el que te despiertas siempre en el mismo día y pudieses hacer mil cosas diferentes y el mañana nunca llegase, si tuviese que vivir en una bola de cristal de esas que tienen nieve dentro, rogaría porque me ocurriera en Esslingen. Si pudiese revivir un fin de semana en mi vida, ése sería el primero de la lista. Hay veces que uno quiere hacer que pare el tiempo, allí no hubiese podido parar un sólo instante ya que en conjunto fue sublime, pero me gustaría quedarme congelada en un bucle que me permitiese revivir esos días de tanto en cuando.

Si la felicidad pudiese ser capturada, Esslingen fue mi sitio.


Stephan me recogió en el aeropuerto, haha, no recordaba que fuera tan alto. Llegamos al aparcamiento e increíblemente me estaba buscando con un bonito autobús. ¡Yo quiero uno! -me repetía en mi fuero interno. Era tan acogedor, como estar en India y Nepal. Perfecto para perderse por las carreteras del mundo, si no tienes prisa claro.

A entrar en la casa de Stephan, sentí como si el lugar no pudiese real, que debía de haber algún pliegue espacio-temporal que hacía que un lugar semejante existese. Todo lo cool lo tiene Stephan, lo ha coleccionado durante sus años yendo y viniendo por el mundo. Me sentía en un museo con toda clase de rarezas que uno desea poder contemplar todos los días de su vida. La sonrisa no se me podría borrar ni queriendo... y de repente esas cervezas fresquitas.


Bajamos al mercado medieval y nos metimos en las cubas de los baños medievales. Increíble encontrarse a las 21h, a unos 12º, en mitad de Esslingen, en una de sus plazas más populares, en mitad del mercadillo medieval donde todavía había gente, desnuda en un tonel de madera entre agua calentita, bebiendo glubwein y haciendo amigos. ¿Cómo narices se le puede a uno borrar la sonrisa de la cara?


Paseo entre las callecitas antiguas de una preciosa ciudad alemana, adoro esa arquitectura. A veces sentía que ya había estado allí, una y mil veces antes, y no. Tan parecido a Aachen y tan distinto. Día largo y aún así tan a gusto que no apetecía dormir. ¡Jo, cómo me gusta la cerveza alemana! ¡Qué cama más cómoda!

Despertarse con el sol, y no cuando despunta sino cuando ya lleva un rato en lo alto. Ese té en la cama mirando una vez más lo irreal del lugar donde me encontraba. Delicioso desayuno tardío de brezels con cualquier cosa y huevos pasados por agua “a la nuevas tecnologías”.


Tarde nos pondríamos en camino a Bad Urach, no podía estar más feliz de subirme de nuevo en el Ford e internarme en la campaña alemana. Quizás demasiado tarde, aunque siempre en el momento idóneo, dimos un paseo por un robledal que aún mantenía sus hojas sólo para darme la sensación de otoño y olvidar de nuevo el invierno. Jo, he echado tanto de menos el verde y los bosques de Monschau.


Entonces es cuando se antoja un chocolate caliente con nata como en los antiguos tiempos, y todo lo deseado se vuelve realidad: chocolate con Amaretto, obnubilados por el fuego de la chimenea en uno de los puestos del mercadillo medieval.

Paseamos contemplando los puestecitos, admirando esas artesanías que tanto me gustan. Jugamos a los bolos tratando de aplastar huevos, estuve mucho más cerca de ganar que Stephan. Ese delicioso vinomiel fresquito.


Todo es exponencial, nada puede ir a menos. Mentalensauna para escuchar el río y los pajaritos a 65º, sauna de carbón para meditar a 85º, piscina exterior con hielos para bajar la temperatura del cuerpo, jacuzzi con geniales burbujas, piscina, hamman, sauna de chimenea a 85º para acabar asándose y de nuevo a la piscina exterior. Casi me desmayo en la tumbona. Doce ridículos euros por 3h. Al estar en la terraza exterior contemplando Esslingen uno se encuentra reflexionando la particularidad de esta bola de nieve donde cada noche te encuentras desnudo contemplando el centro de la ciudad. 

Descorchamos esa botella de Albariño de Mar de Frades, la anterior que bebí fue en Hanoi en fin de año del 2012 regalo de Roberto. No soy fan de las burbujas y sin embargo el Riesling, cava alemán, fue espectacular. Para terminar alguna cerveza más.


Desayuno. Paseo por el castillo rodeado de viñedos para terminar en el mercado. Por fin pude tomarme media salchichota alemana con mostaza, algunas compritas que no pude reprimir y ese encuentro con una de las mejores sorpresas del mercadillo medieval.


 Tiempo ajustado para llegar al aeropuerto en una preciosa moto que también querría tener, casi queriendo perder el avión. Creo que uno no puede contener más felicidad que la mía esas días.


SUNKINDARKNESS