lunes, 1 de febrero de 2016

Aventuras en Río de Janeiro

Lunes, 01/02/2016

Cómo me gusta tener amigos por todo el mundo, me siento tan afortunada.


Filipi me recogió el sábado en el areopuerto, junto con dos amigos. Me llevaron a algún lugar a tomarme una cerveza riquísima y a cenar una suculenta hamburguesa. Mientras mi oído se iba afinando para comprender un pelín el portugués-brasileño y empezaba a hacerme una idea de lo que implica vivir en este país; sistema educativo, seguridad social...

La casa de la familia de Filipi, eran dos casitas adosadas con un gran terreno. Una de ellas aún sin terminar. Y mi cuarto, quizás uno de los más grandes en los que he dormido, con baño propio y aire acondicionado. Todo lujo. Su familia tan simpáticos, ofreciendo siempre sus mejores sonrisas y toda su comprensión.


El domingo el pre-carnaval comenzaba. Fuimos a un bloco cerca de la estación central. Y desde las 11h ya estábamos tomando cervezas Antarctica, y bailando canciones antiguas a ritmo de carnaval. Estuvimos en un grupete muy simpático. Había gente con purpurina, una chica disfrazada de Robin, payasos, indigenas, ... 


Hay un par de cosas que hay que saber del Carnaval. Todo está permitido y se promueven todo tipo de licencias. Así pues yo besé Max después de que lo hiciese Deborah, y antes que Aline. Yo fui la primera en besar a Andreas, seguida por Deborah y quizás Aline. Qué vergüenza, sentía como si tuviese 15 años y mis amigos me alentasen a salir con un chico que no sabes muy bien si te gusta o no. Y al final estás tan forzado por la presión de grupo que sucumbes. Pero fue muy divertido.


Tras horas de Carnaval, fuimos a comer a la playa. Me encontré con Melissa, la chica de Filipi, no nos veíamos casi desde la nochevieja del 2014.


La playa de Ipanema era una delicia de tonos de piel, de coloridas sombrillas, de gente de todo tipo. Nos sentamos a la sombra de una tabla de windsurf, y me puse a pintar el puesto de alquiler de tablas de Guillermi. Esa sombra era el mejor sitio de toda la playa. Un par de veces, quizás alguna más, las olas fueron tan grandes que devoraron nuestras toallas, y sin embargo todo daba igual. Allí te quedabas, bajo esa maravillosa sombra, rodeada de esos chicos morenos de cuerpos de ensueño.


El ambiente del paseo marítimo es increíble. Puestos de todas esas artesanías que me encantan, esa gente tan variada, los arboles, las islas de enfrente, los veleros, y la puesta de sol.


Desde luego no sientes que haya inseguridad en las calles, la gente no se recluye en casa por haber caído el sol. La gente aún siendo de noche sigue en la playa.


De vuelta a casa, 40 minutos de pie en un autobus con gente alcoholizada y agotados del intensísimo día.


El lunes anduve solita por las calles de Río, empezando a absorber un poquito su ambiente.

Y con esas decidí irme al Cristo Redentore. En la estación Central mientras me tomaba un refresco de uva con un pastel de carne muy caliente y grasoso, la mujer de al lado me indicó amablemente el numero del autobus para ir a Cosme Velho y donde se situaba la parada. También me dijo que tenía que tener cuidado con la mochila porque me podían robar. 


El tren para ascender a Corcovado era carísimo, sin embargo pensar en hacer un ascenso que podía llevar horas exponiéndose a un sol abrasador se me antojaba bastante extremo. Tuve la suerte de escoger el mejor sitio de todo el tren. Atrás del todo en el lado de las puertas. Preciosas vistas de la Floresta de Tijuca y de las panorámicas de Rio.


Me pasé 1h sentadita en la sombra del Cristo Redentor pintando el paisaje de Ipanema y al mismo Cristo.

Cuando me aburrí, vi que el sol seguía bien alto, así que decidí descender por la jungla hasta Parque Lague. Seguí a a una pareja que parecía tener idea, pensando que eran locales y resultando que eran portugueses. Llevaba una hora de descenso por la jungla, entre monos, preciosas mariposas, arboles de raíces enormes... cuando me los encuentro de regreso con dos chicas brasileñas diciéndome que el camino no parecía tener fin y que sólo ascendía. 


El sentido común hizo que nos diésemos la vuelta y empezásemos a remontar hacía Corcovado. Las chicas brasileñas hablaron por teléfono hasta quedarse sin batería, la luz iba atenuándose, empezaron a llorar de agotamiento, de hambre y sed. Ya sin agua tuvimos que beber del manantial del río Carioca, sin saber qué pasaría. Las luciérnagas empezaron a rondarnos y yo empecé a notar como si hormigas o arañas hubiesen ascendido a mis pies en alguna de las paradas y estuviesen clavando sus colmillos entre mis dedos, menos mal que no había luz para saber que era. Un recuerdo de sanguijuelas con mi primo Fernando en Laos vino a mi memoria. En el descenso estaba tan pletórica de estar en la jungla, de pensar ver la puesta del sol desde el lago y de esa muy merecida cerveza o caipiriña que me iba a tomar con Filipi. 


Resulta que nos equivocamos bien al principio, al cruzar las vías del tren, había dos caminos y yo siguiendo a los portugueses pensando que eran locales que ya lo habían recorrido más de una vez no seguí mi sentido común que me dictaba que era el otro camino, el camino recto.

Tras la maravillosa aventura. Llegamos a la carretera, ya no había ni un alma en el Cristo, así que nos tocó bajar por la carretera, íbamos mucho más animados. Las luciérnagas nos envolvían. y era cuesta abajo.


Fue toda una fiesta cuando llegamos a un control donde había humanos. A voz en grito y la mejor de las sonrisas, les dije: Nois hemos perdido en la floresta. Los hombres se miraban confundidos y divertidos. Cinco personas emergían de la oscuridad, sonriendo. Mientras nos tomábamos un pequeño descanso para contarles la historia, un coche bajaba por otra carretera,. Hice señas y paro. Les explique que nos había pasado y al tener tres plazas libres, las dos chicas brasileñas y yo nos subimos. Dijimos adiós a los portugueses. EL coche nos llevo hasta el metro.

Ya sólo quedaba ir a Central, coger el tren hacía Gramacho, y andar unos 200m hasta casa. Pues me confundí de calle en el pueblecito. Al llegar del tren la puerta estaba cerrada con llave, así que decidí irme a tomarme un Açaí, sin saber muy bien que hacer. Justo se habré la puerta y con otro grito de alegría digo: Estoy aquí.

Conté la historia tantas veces como pude a todo el que quiso escucharme de la familia. Pero incluso antes de terminar de contarlo, ya la sabían. Yo decía; Me perdí en la Floresta y ellos decían de Tijuca sonriendo.

SUNKINDARKNESS